Para
nadie es desconocido que el permanente estado embrionario en el que
durante décadas ha permanecido el movimiento sindical se debe a la
inexistente visión de su cúpula, en especial la actual (si tomamos
en cuenta que esos dirigentes son los mismos que han conducido al
movimiento desde hace dos o tres décadas sin dar paso a un proceso
de renovación).
Sin
esa visión, el movimiento se ha visto supeditado a actuar en función
de la coyuntura local o la influencia internacional del momento, y
desde el retorno a la democracia en 1983 ha sido una constante, el
observar cómo la vigencia de las organizaciones sindicales, más que
de sí mismas y su organicidad, ha dependido de factores tan
pasajeros como el derecho laboral impuesto en determinado gobierno o
el espíritu más o menos represor de algún régimen para acallar
sus protestas. Nuestro país no ha podido ver el crecimiento real de
un movimiento sindical robusto, protagonista en el contexto histórico
y con una vigencia sustentada en una auténtica identidad clasista.
Todo lo contrario: la presencia de liderazgos sindicales obsoletos
que son el producto de estructuras de organización social caducas ha
sumido al sindicalismo en un inmovilismo histórico que se refleja en
su discurso decadente, anacrónico y nada conectado con los retos y
las problemáticas actuales de los trabajadores.
Los
gobiernos neoliberales en nuestro país aprovecharon el impulso de la
globalización de la economía para promover la privatización,
generando una tensión favorable para el mercado y no para el Estado.
De esta forma los trabajadores tuvieron que ajustarse a las reglas de
juego de la empresa privada, que vinieron de la mano de la
precarización y sin garantías de seguridad ni de estabilidad
laboral.
La
modernización de las empresas vino de la mano de gobiernos
pertenecientes a grupos económicos y de poder que beneficiaban a su
sector y que generaron políticas de exclusión y discriminación de
trabajadores, con una reducción de la mano de obra a la que
reemplazaron por la tecnología. Se implementó todo un aparataje
basado en la “producción eficiente”. El sector privado llegó a
establecer legalmente empresas distintas que no superaban los diez
trabajadores en nómina para evitar la consolidación de los
sindicatos. Fue entonces cuando la tercerización truncó aún más
la organización de los trabajadores ya que estos pasaban factura por
servicios prestados mientras los empleadores evadían, además, toda
responsabilidad laboral como la seguridad social, pago de utilidades
o elementales derechos como el pago de vacaciones o “conquistas
laborales” de antaño.
La
politización de los sindicatos en las dos últimas décadas ha
provocado que las organizaciones de trabajadores se movilicen sin una
estrategia definida y huérfanas de propuestas de políticas
laborales que se conviertan en el motivante de toda una clase obrera
que luche por la reivindicación de sus derechos como objetivo
prioritario, más allá de su participación como opositores a
medidas económicas coyunturales y lineamientos políticos lejanos al
contexto laboral.
La
falta de otro mecanismo de acción además de la protesta en las
calles muestra la decadencia de una organización sindical de
trabajadores que se ha quedado fuera de los retos actuales de la
clase trabajadora. Esto ha provocado que su fuerza movilizadora sea
cooptada por partidos políticos cuya estrategia es utilizar a las
bases sindicales como carne de cañón para medir fuerzas con los
gobiernos de turno.
Aun
así, los liderazgos sindicales que durante años han permanecido en
el poder no han logrado identificar los cambios estructurales a los
cuales hoy se debe la organización, quedando atados a un
ordenamiento sin contenido.
El
discurso del sindicalismo actual
recae en una prédica
vacía, sin planteamientos que reivindiquen las consigas de un frente
clasista empoderado de las demandas obreras:
Realidad
en las que se tejen relaciones clientelares en función de los
intereses políticos de los dirigentes sindicales.
¿Qué
han planteado los sindicatos desde aquel diciembre
de 2001,
cuando la revuelta
popular
terminó con una
veintena
de cuerpos regados
en los asfaltos a
manos de los asesinos de los servicios de inteligencia?
¿Qué hemos aprendido desde la primera gran huelga de los indígenas
en Napalpi en 1921?. ¿Qué
queda del movimiento sindical, las reivindicaciones laborales y de la
organización social en nuestro
país?
Todas esas son reflexiones pendientes.
María
Augusta Espín
No hay comentarios:
Publicar un comentario