CIS COMUNICA.- 09/02/2020.- “No queremos a la mujer esclava de sus prejuicio, no la deseamos presa codiciable para la explotación del taller. Queremos que obtenga los derechos que le corresponden como ser humano y que pueda participar en el elevado banquete del espíritu. Ojalá no esté lejano el día que adquiera ese derecho. Lo logrará cuando sea alejada del taller y de la fábrica donde hasta el presente marchita su juventud”. Carolina Muzzilli.
Dejando de lado el personal de servicio doméstico –cocineras, lavanderas, sirvientas-, las ocupaciones sanitarias –enfermeras, parteras- y las ocupaciones educativas – maestras-, Muzzilli se sumergió en el laberinto de las obreras y en el de las empleadas, porque concebía que tanto unas como otras integraban el proletariado femenino.
En su escrito, enumeró ocupaciones, describió tareas y espacios, detalló condiciones, reconstruyó remuneraciones y cantidad de horas de labor, de manera tal que su análisis constituyó (constituye) una interesante vía para escanear dichas ocupaciones.
“Creo oportuno informar a los lectores acerca de cómo obtuve los datos para el presente trabajo. (…) Obtuve en las fábricas y talleres los datos pertinentes a las mujeres que trabajan en ellos. Confronté salarios, horas de labor dadas por la gerencia con los datos obtenidos, interrogando a las trabajadoras. Y para hacer más minuciosa la labor he visto salarios en las libretas de pago y de ellas los he extractado. Para el trabajo a domicilio acudí, a fin de obtener datos, a los registros y roperías, y los he confrontado con los datos recogidos en mi gira por los talleres ubicados en los conventillos de la ciudad. (…) Pero lo que más difícil me resultaba era obtener datos relativos a las vendedoras. Me apersoné a varias tiendas, interrogué, todo fue inútil. ¿Cómo hacer?.
Fue menester emplearme como vendedora, confundirme con ellas, y así estuve cerca de un mes, durante el cual he sacado profundas enseñanzas”.
Con respecto a las empleadas, Muzzilli agrupó bajo esta categoría a vendedoras, cajeras, telefonistas y empleadas de escritorio. Esta perspicaz y temprana observación, que en cierta medida se hacía eco de las categorías ocupacionales que aparecían en las columnas de los avisos clasificados, reconocía la complejidad que atravesaba el mercado laboral de las mujeres: “No se limita la actividad femenina únicamente a la producción industrial.
La mujer invadió también las oficinas y las diversas ramas del comercio. (…) De las empleadas merecen capítulo aparte, las vendedoras (…)”.
De acuerdo con la investigación de Carolina, las vendedoras de las grandes tiendas poseían una jerarquía ocupacional: las cadetas o aprendizas, las vendedoras segundas y las vendedoras primeras. 29 Si bien todas ejercían una jornada laboral de nueve a once horas diarias y todas vestían un traje negro que las uniformaba, las jerarquías ocupacionales se traducían en jerarquías salariales: las cadetas recibían un salario mensual entre 20 y 30 pesos; las segundas uno entre 30 y 40 pesos y las primeras uno entre 50 y 70 pesos. A estos salarios se sumaban las comisiones sobre las ventas, monto que la autora denominaba “intereses” o “trabajo a destajo”, es decir, un porcentaje sobre el precio del producto que oscilaba entre un 1,75 y un 3 %.30 Estos niveles salariales colocaban a las vendedoras en una mejor posición dentro del mercado en relación con las obreras cuyos salarios eran inferiores. Según consignaba el informe de Muzzilli, una obrera en una fábrica de tejidos recibía un salario diario que oscilaba entre 1.20 y 2 pesos, cifras que podían convertirse en 28.8 y 48 pesos mensuales; mientras que una obrera de una fábrica de cajas recibía un salario diaria entre 1 y 1.20 pesos, que se convertían en 24 y 36 pesos mensuales.
Sin embargo, a pesar de tales diferencias salariales, la joven socialista se preguntaba respecto de las vendedoras: “¿qué piensan en realidad esas cabecitas primorosamente cubiertas de bucles? Única preocupación, vano empeño, es hacerse la ilusión de que no son obreras. ¿Pero, qué son, sino en realidad obreras? ¿Pueden llamarse, ya que distinguirse quieren, empleadas, si están sometidas también a trabajos manuales?.
Para la respuesta, el informe se detenía en las vendedoras de menor jerarquía. A las tareas de venta, se les agregaban las de clasificar las mercaderías para lo cual debían transportarlas de un piso a otro de la tienda, mantener el orden de los mostradores, armar las vidrieras. Se puede avanzar la hipótesis de que todas esas tareas las distraían de las oportunidades de ventas, situación que redundaba en bajas comisiones y magros salarios. Estas empleadas muchas veces se veían obligadas a permanecer en sus puestos si no habían finalizado las tareas asignadas: “de noche están obligadas a poner las enormes cortinas y pasar las cadenas a los mostradores y estantes. Si el arreglo de mercaderías no ha terminado aun a las 9 horas de labor estipulada, es necesario a puertas cerradas arreglarlas”.
A las malas condiciones ya descritas, Muzzilli sumaba condiciones de insalubridad expresadas en el polvo que las vendedoras absorbían cuando limpiaban las mercaderías, el traslado por las escaleras de pesados bultos, la permanencia de pie a lo largo de la jornada, la falta de vestidores para cambiar sus uniformes por sus ropas y viceversa, la carencia de un botiquín con el cual prestar primeros auxilios en casos de accidentes, los descuentos salariales por daños infligidos a las mercaderías. Estas condiciones laborales tan adversas deterioraban los cuerpos femeninos que de por sí ya eran concebidos como débiles. En esta concepción se hacía presente un determinismo biológico que atribuía a los cuerpos femeninos la necesidad de cuidados especiales debido a su capacidad reproductiva. Los daños físicos se combinaban con los daños morales. Si bien todas las vendedoras estaban sometidas al maltrato de los superiores –el jefe de la sección o del departamento-, las cadetas y las segundas padecían, además, la prepotencia de las primeras porque éstas no sólo retenían la mayoría de las comisiones, sino que además manifestaban su despecho con aquéllas: “Están las vendedoras sometidas a las brutalidades y a las prepotencias de gerentes, inspectores, jefes subjefes y primeras vendedoras, pues el mayor afán de todos es poder mandar... distinguiéndose en groserías”.
A todo esto, Muzzilli agregaba los negativos hábitos recreativos que desarrollaban todas las vendedoras, no sólo las de menor categoría: la lectura de obras melodramática y la concurrencia al cine.
Ambas actividades eran nocivas para las trabajadoras porque fomentaban el “vicio y la corrupción”. La lectura de los melodramas las sometía a una ficción que las alejaba de los problemas reales, mientras que en las “matinés” entraban en contacto con “malos individuos”. En este aspecto, Muzzilli insinuaba el peligro de la caída en la sexualidad que se traducía en la seducción, el engaño, el abandono, cuando no, un posible embarazo. La solución a este sombrío diagnóstico consistía en la educación a través de conferencias, conciertos y una participación sindical en la que se transmitirían los derechos que les correspondían a las trabajadoras. Por otra parte, el Estado debía no sólo legislar leyes que promovieran mejores condiciones laborales, sino velar por el cumplimiento de las mismas. Las mejores condiciones laborales se traducían -entre otras- en la exigencia de un jornada laboral de ochos horas, el establecimiento de un salario mínimo, la licencia pre y pos natal acompañada de un subsidio, la instalación de salas cunas dentro de los lugares de trabajo, la creación de escuelas profesionales, la colocación de botiquines, la eliminación de los “matinés”. Fiel a los principios del socialismo, Muzzilli no se oponía al trabajo asalariado de las mujeres, pero reclamaba su reglamentación. De esta manera, actuaban los principios de la ideología de la domesticidad porque la reglamentación obedecía a la convicción de que era necesario proteger a la mujer en calidad de madre, ya que en ella se jugaba el destino de la sociedad nacional.
Para Muzzilli, las vendedoras eran tan obreras como cualquier asalariada de fábrica o de taller, ya que padecían condiciones laborales adversas que ocasionaban daños corporales y morales que las denigraban. Sin embargo, las vendedoras, al igual que las demás empleadas, poseían una jerarquía salarial superior. Nada dice el informe acerca de las promociones laborales de estas trabajadoras, pero se puede avanzar la hipótesis de que las vendedoras primeras podían llegar a posiciones en las que tanto las tareas como los salarios se tornaban interesantes para su promoción laboral, al alejarlas de las malas condiciones y los malos tratos a que estaban expuestas las cadetas.
Carolina Muzzilli (1889-1917) integró una familia de bajos ingresos en la que el padre cumplió las funciones de proveedor desempeñándose como obrero de la construcción, mientras la madre asumía las funciones reproductivas engendrando cinco retoños: dos varones y tres mujeres. A pesar de la precariedad presupuestaria del hogar, Carolina completó sus estudios primarios y secundarios en la Escuela Normal del Profesorado de Lenguas Vivas.
“Yo llamo feminismo de diletantes a aquel que solo se interesa por la preocupación y el brillo de las mujeres intelectuales. [...] Es hora de que ese feminismo deportivo deje paso al verdadero, que debe encuadrarse en la lucha de clases. De lo contrario será un movimiento elitista, llamado a proteger solo a aquellas mujeres que hacen de la sumisión una renuncia a su derecho a una vida mejor. Abomino de la humildad por el simple motivo de mi apoyo a quienes exigen bienes que les corresponden simplemente por vivir en un país donde se recita que «todos son iguales ante la ley". Carolina Muzzilli.