El problema son los que vienen a darle cuerda
a ese legado que impuso la revolución fusiladora y exilió a gran parte de la
dirigencia sindical, cuando ser peronista no garpaba porque podías terminar en
un basural de José León Suárez, ahí nació la burocracia sindical que conocemos
hoy.
Los trabajadores podrán ser analfabetos de
sus derechos, pero no son ciegos ni ingenuos y pueden advertir cuando alguien
pretende ocupar el lugar del burócrata sin poner en riesgo a la burocracia, lo
que no terminan de ver es que sus sindicatos son gerenciados por personas que
no saben de ellos, excepto cuando los persiguen por sus ideas.
Pese a los esfuerzos para distraerlos con las internas, los trabajadores que conocemos no consumen los discursos ni las indirectas que se dedican las cúpulas sindicales, eligen ignorarlos con una organicidad envidiable.
Es que la política de prioridades de la clase
obrera en el 2020, se limita al alimento, el alquiler, la tarjeta de crédito y
la sube, buscar un rinconcito y un horario para no viajar como ganado en el
transporte público, la educación privada de sus hijos en regiones donde la educación
pública es parte del problema educativo, además de esquivar sanciones y
despidos injustos y todo aquello que pone en riesgo todo lo primero, siempre en
completa soledad, ya que en muchos casos –para no decir mayoritariamente- los representantes
sindicales de estos tiempos son entrenados para justificar los abusos y en consecuencia
reprimir a los abusados.
La CLASE TRABAJADORA; es un universo de complejidades, con su sistema de valores tierra adentro de sus alegrías y penurias en cada jornada que nunca termina cuando parte de ella no es remunerada.
Subestimada tantas veces por la clase política cuando incluyen en su boleta
electoral a su dirigente sindical que en esas lejanías para ellos, llamada puesto
de trabajo es un verdugo más.
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