CIS COMUNICA.- 21/03/2020.- Los trabajadores nunca
estarán peor que en estos días, tan ninguneados como sujetos de derechos, tan
devaluada su condición humana, tan cagados a palo. Hechos mierda. Mientras Molinos y Cepas vengan a reponer qué
importa como se llaman. Si el de Coca tiene un hijo insulino dependiente, tendrá que priorizar su contienda por los lugares con Pepsi. Mientras el legajo 2240 suba al colectivo que no frena, el mundo seguirá funcionando. Eso -supuestamente- los convierte en héroes, aunque las calles y
escuelas que lleven sus nombres en el futuro, se llamarán Unilever, Arcor o
Mondelez, esas son sus identidades cuando les cantan el feliz cumple en el break.
15 millones de personas
trabajan en el sector privado en Argentina. 40% lo hace en la informalidad, el
riesgo no hará diferencias entre unos y otros. Tienen que ir a trabajar. Si no lo hacen se
arriesgan a lo peor, que en la empresa den la orden de perseguirlos para que se vayan. Esa
orden la cumplirá un jefe cansado del maltrato de sus jefes, dispuesto a vengar su angustia con cualquier subordinado a la
vista. Si no los cansan, un día los descartarán por viejos o enfermos.
Todo se alinea para partirlos al medio. Trabajan en condiciones insalubres, las herramientas no funcionan y si no quieren arriesgar la vida, habrá sanción, descuentos, plata que no va para sus hogares.
Trabajadores de la sanidad que enfrentan esta batalla como soldados sin municiones, con el mismo nivel de riesgo que los vigiladores, el personal de maestranza y los colectiveros.
No tienen opción, si no obedecen,
los esperan castigos que son verdaderos robos, incautaciones salariales bajo la
figura de suspensiones que se aplican sobre historias sin pruebas.
Arbitrariedades y abuso de poder sin límites.
Arbitrariedades y abuso de poder sin límites.
Llueva, truene, caigan rayos, o se declare una
pandemia sin cura y amenace con matarlos, tienen que estar ahí, solos, jugándose
la vida. Si mueren trabajando, el evento será tan casual como el conductor que cruza en rojo y atropella a un ciego.
¿Y donde están sus dirigentes sindicales?. Cumpliendo al píe de la letra lo que piden
las patronales y el decreto presidencial que les ordena cuarentena, recluirse, paradójicamente
es el mismo decreto que obliga a sus
representados a concurrir a sus lugares de trabajo.
Algunos tuvieron el
decoro de dejarles una nota en la red para avisarle que si necesitaban algo, no
iban a estar, que no vayan inútilmente, no está permitido deambular sin un
motivo.
Antes de pasar a la
clandestinidad, pusieron “a disposición” los hoteles y farmacias sindicales que
no atienden ellos ni los suyos por supuesto.
No tenderán las camas de los infectados, ni juntarán los pañuelos del cesto, ni se arriesgarán a un solo estornudo.
No tenderán las camas de los infectados, ni juntarán los pañuelos del cesto, ni se arriesgarán a un solo estornudo.
Nada que sorprenda, si
no se les conoce un solo antecedente donde se hayan jugado la reputación, por
qué se jugarían la vida ahora.
Otros fueron al call
center a verlos con guantes y barbijo, no sea cosa que los pesque la pandemia
que parece vivir entre los trabajadores y se propague a los barrios cerrados
donde están refugiados.
En este contexto, la
tarea de reponer productos en una góndola
y cobrarlos en la caja repentinamente se volvió indispensable, como
la del enfermero que aplica una penicilina a tiempo.
Un servicio ‘esencial’ le dicen para el funcionamiento de nuestra sociedad, excepto para los sindicatos que le cerraron sus puertas en la cara en medio de la crisis sanitaria que vive nuestro país y el mundo.
"Lo esencial es invisible a los ojos” cuando se trata de trabajadores en Argentina.
Un servicio ‘esencial’ le dicen para el funcionamiento de nuestra sociedad, excepto para los sindicatos que le cerraron sus puertas en la cara en medio de la crisis sanitaria que vive nuestro país y el mundo.
"Lo esencial es invisible a los ojos” cuando se trata de trabajadores en Argentina.
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